Confesión

Cuando abrí mi primer blog, hace poco más de diez años, escribía casi todos los días. Había encontrado una forma de expresar que me hacía sentir libre, que me obligaba (una obligación autoimpuesta) a inventar mundos, personajes, situaciones con dolor, con humor, con vida. Por primera vez en mi vida me atrevía a escribir ficción y varias cuestiones cotidianas que me interesaba retratar o que necesitaba sacar de mí. A la par, iba leyendo a otras personas ante las que me maravillaba por la facilidad con la que parecía que hilaban sus ideas por escrito, personas que me hacían sentir, que me llevaba a seguir sus situaciones, opiniones, creencias. Poco a poco se formó una comunidad, las ideas iban y venían en forma de posts y comentarios. Yo no contaba con miles de seguidores pero quienes me leían eran suficientes para mí, encontré calidez en sus palabras, una relación de atención mutua con personas a las qué tal vez jamás vería cara a cara y otras con las que, hasta hoy mantengo algún contacto.
Hace poco tiempo comencé a preguntarme por qué abandoné un espacio que me hacía tan feliz. He pasado por diversas respuestas: se apagó el ánimo inicial, la vida cambió con la maternidad, me decanté a la escritura académica, me exponía demasiado... Ninguna explicación me convencía por completo, o es que todas me parecían parte del proceso. 
Durante diez años he intentado abrir otros blogs, cambié a WordPress, reabrí Ku sí i ini Yu, lo cerré, abrí otros, intenté con algunos blogs colectivos y nada funcionó. Durante diez años he tenido ideas para cuentos, para un par de novelas, borradores de poesía. No terminé ninguno o, algunos, ni siquiera pasaron de ser ideas entusiastas pero vagas.
Hace unos meses ansío comenzar de nuevo sin mayor éxito que los intentos anteriores, del todo fallidos, sin embargo, esta vez encontré una razón que me dolió lo suficiente para saber que es la principal: tengo miedo. Y sé que ustedes me dirán que todo el mundo lo siente cuando se anima a escribir, y tendrán razón. Aunque me parece que cada persona tiene un miedo distinto: a no ser lo suficientemente bueno, a no ser reconocido, a escribir mal (wereberitmins), a que se burlen... Yo escribía por gusto, para divertirme y, sin embargo, me sucedió todo lo anterior y ahora me parece que de una manera muy equivocada porque me sucedió por una sola persona.
Cuando comencé mi blog, alguien muy caro a mi corazón me leía. Esto era importante para mí porque era un hispanista, alguien cuya opinión respetaba en exceso. Sus comentarios nunca fueron precisamente amables, se reía de lo que hacía y se aseguraba de dejarme claro que no comprendía la razón por la que tenía lectoraes/comentadoraes constantes, imagino que veía una distorsión al leer a alguien interesade en, a su vez, leer a un ser tan simple como yo, tan falto de imaginación, tan iletrada e insulsa como una politóloga puede ser (por supuesto jamás leyó mis textos académicos porque le causaba "hueva"). Yo, que consideraba está opinión como revelación de mis limitaciones, ahora lo veo, le llené de miedo y dolor. Huí de algo que me gustaba por sentirme invalidada por alguien a quien quería. Hoy, con una punzada en el pecho, trato de verlo distinto. Me parece que pudo haberse sentido invadido (después de todo, él era el profesional de las letras y yo una simple mortal que no sabe latín), me parece que no debí haberlo escuchado. Creo que él en realidad no quería leerme porque esperaba leer a alguien más de la forma en la que tampoco escribió nunca para mí. Ahora veo que se equivocó al tratarme así, como yo lo hice al suponer que sabía, que su opinión era correcta.
Diez años después, después de dos grados y dos hijes, después de deshacerme y rehacerme, en buena medida gracias al feminismo y las mujeres que me han enseñado que lo que una hace es lo que es y eso tiene mucho valor, puedo escribir esto y puedo pensar que la pluma me llama. Que, aunque probablemente no consiga el Nobel (jejeje), puedo disfrutar la creación literaria. He elegido el camino de la entrada de diario, del comentario personal, para comenzar de nuevo, para soltar la mano, para comenzar a tejer de nuevo lo que me dio tanta alegría.

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